jueves, 30 de julio de 2009

Parte Nº 2 ~ "El" tan espectacular.

A decir verdad ahora comienza mi verdadera historia, no es que lo demás no halla sido, sino que seguramente no les era interésate.
En este nuevo barrio, las cosas eran distintas, no me acostumbraba nada, no me gustaba la idea de pensar que no iba a tener amigas allí nunca. Y no exagero cuando digo que mis vecinas no me querían, es por que era así ¡NO ME QUERIAN! No por casualidad jugaban a la guerra de bombas de agua cuando yo salía (nunca las voy a olvidar), y no por nada me miraban con desprecio.
Pero después pude entender que el colegio era una cosa y el barrio otra. No me costo nada adaptarme al colegio, que a decir verdad era increíble, con una enseñanza de las que pocos tienen (si, perfecto). Concurría con un traje en la gama de los bordo (Si, si, hermoso) y tenia muchísimos amigos, de esos que no los quieres perder nunca. Jamás me gusto el colegio, pero estudiaba por inercia y así aprobaba los exámenes.
Después de algunos meses mis vecinas se fueron rindiendo, y aunque nunca me hablaron, dejaron que viva en una cierta “paz”. Dedique largas horas al piano y a la pintura, deje las clases de danza y me propuse visitar a mis amigos del anterior barrio.
Había cambiado yo internamente y me sentía conforme con mi imagen, llevaba el pelo castaño claro por la cintura, estaba flaquísima (siempre lo fui), y me vestía con las marcas mas caras que estaban a mi alcance.
Ya casi terminando el secundario empecé mis “travesuras” amorosas con el primer infeliz que se me cruzaba en el camino.
Yo creo que el amor te llega en el momento menos esperado. Al visitar mi antiguo barrio y al comenzar a concurrir las fiestas que se organizaban en aquellos clubes comencé a conocer a una persona. Un morocho altísimo (o por lo menos para mi, que siempre fui la primera en la fila del colegio), con ojos entre miel y verdosos, con ganas de (aparentemente) escucharte.
Pacifico, así se llamaba. Si vivía en ese barrio, vivía lejos de mi casa, me llevaba cinco años y era perfecto. Era estudiante de una carrera referida a los diseños de barcos (no por nada se llamaba Pacifico y era de acuario), tenia su auto gris plata, un departamento chico y acogedor y un perro color champagne.
Pacifico era lo que yo necesitaba: era (o parecía ser) un ejemplo de vida, era estudiante y trabajador, lindo, bueno, ejemplar, carismático y repugnante a la vez. Era confiable, era eso, era mi target, era mi vida.
La primer salida a solas que tuve con Pacifico, fue también la primera vez que le mentí a mi padre para salir con un chico. Pacifico me había citado a las nueve en una plaza, yo había llegado nueve y cuarto para hacerme desear. El plan había salido perfecto, Julia me llevaba hasta la casa de María, una amiga que vivía cerca de aquella plaza que marco mi vida. Me había quedado charlando un rato con ella hasta que se hizo la hora y me fui caminando sola, en la calle y de noche; si era la primera vez que caminaba sola de noche y en una plaza y en invierno, pero estaba feliz, con frio y mucho miedo, pero feliz.
Había esperado tanto esa cita, me había comprado las mejores ropas, había ido a la peluquería con Julia, tenia la combinación perfecta entre energía y ganas, y nadie sospechaba nada.
Lo salude con un beso en la mejilla, enseguida me pregunto como me sentía y caminamos hasta su auto. Un café bar, el lugar perfecto para parejas que recién se conocen; habíamos pedido algo rápido para comer y algunas gaseosas.
Hablamos de nuestra vida, le conté los por que de mi mudanza, le conté de mis vecinas, de mi nueva vida, de las clases de piano, de mis antiguos amores, de mi estado civil hasta el momento y por que elegía estar así. El también me conto de su vida, de su familia, de su estudio, su trabajo, sus amigos. Y así fue, “una cosa llevo a la otra” y casi sin darme cuenta se inclino sobre mi, y me beso.
Después me llevo hasta la esquina de mi casa, fue el viaje más frio y largo que tuve en mi vida; no nos hablábamos, no nos mirábamos, tenia miedo de que se arrepienta de lo que había hecho. En un semáforo, sentí sus ojos sobre mí, me sonroje, con sus dedos me pellizco el cachete, y continúo: - Estas hermosa ¿Nunca te lo dije?
Llegábamos a mi casa, tenia que pasar algo, tenia que pinchar una rueda, tenia que equivocarse de calle, me quería quedar con el, pero nada paso. Estaciono su auto en la esquina, volvió a besarme: - Fue el día mas lindo desde que te conocí, quiero volver a verte.
Así fue, me había enamorado por primera vez. Me pasaba las horas pensando en aquel hombre, escribía corazones en mi carpeta con su nombre, miraba el teléfono esperando una llamada, una cita, un “hola” que me devolviera la vida.
Me llamo, si me llamo; al principio hablábamos minutos, después fueron horas y horas y estábamos siempre en contacto para saber uno del otro.
Con el tiempo, se había hecho costumbre pasarme a buscar a la salida del colegio e íbamos a algún lugar divertido, o solo nos quedábamos en su auto mirándonos uno al otro, aprendiendo, amándonos.
Mi vida era perfecta, había armado en mi mente, la casa gigante, con el perro color champagne que tenia el, con tres o cuatro hijos, con un auto, con el y yo, con sonrisas perfectas y con colores vivos, y me pasaba horas pensando nombres para nuestros hijos, imaginando sus caritas. Pero como siempre, algo me falto dibujar en aquella pintura perfecta, un tsunami, que se venia aproximando cada vez mas, con cada segundo feliz a su lado, el tsunami se hacia cada vez mas gigante.
Pero los días continuaron así, absurdos y rutinarios; a veces me sentía su novia y otras (la mayoría) simplemente era su amiga, de poco me serbia, obviamente, pero era feliz y si era necesario podría haber matado por un segundo mas a su lado.

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